lunes, 15 de noviembre de 2010

La conferencia en español: Stefan Zweig.

 
“Constituye aquí una sensación el que un escritor extranjero hable en español, y, prodigio sobre prodigio, resulta que hablé bien”.
Stefan Zweig, carta desde Buenos Aires, 30 de Octubre de 1940.
           Hay dos edificios en Buenos Aires que de forma inevitable asocio con la breve pero intensa visita de Stefan Zweig a la Argentina, algo más de un año antes de que suicidara en Brasil. No tengo constancia alguna de que visitara ninguno de los dos y lo más probable es que nunca lo hiciera. Pero le resultó inevitable verlos aunque fuera en la distancia, puesto que eran los dos más altos de la ciudad en aquel momento. Lo que era decir, de toda Sudamérica.



           El primero es el Palacio Barolo finalizado en el año 1925. El edificio es una curiosísima mezcla de rascacielos y palacio destinado a contener las cenizas de Dante Alighieri el día que tengan que ser sacadas de Europa. Porque el señor Barolo, que emigró a la Argentina en 1890, estaba convencido de que por muy terrible que a todo el mundo le pareciera la Gran Guerra (1914-1918), lo peor en Europa aún estaba por llegar y aquel edificio estaba destinado a ser (entre otras funciones mucho más mercantiles) el lugar de residencia en el exilio de las cenizas de lo que para Barolo suponía la quintaesencia, la “substancia”, del universal italiano: Dante. Además se convirtió en el edificio más alto de Sudamérica, en la ciudad con la avenida más grande del mundo. La estructura del edificio en sí está concebida de acuerdo al patrón de “La Divina Comedia”, con 22 pisos. Por todas partes hay inscripciones y símbolos para los que resulta inevitable volver al libro  de Dante si se quiere entender además de cómo construcción, como seña, signo o símbolo que revela una relación con el espacio y, por ende, con el tiempo. El Barolo es una fotografía en hormigón, yeso y ladrillos del año 1925 según el señor Barolo. En aquel año, las cosas aún marchaban económicamente bien en todas partes y se había creado una organización internacional, la Sociedad de Naciones, que tenía como fin fundamental y primario evitar que se produjera una nueva guerra en Europa como había sucedido entre 1914 y 1918 y había provocado 65 millones de personas movilizadas, 8 millones de muertos y 21 millones de heridos. De hecho, 1925 será el año en que la Sociedad de Naciones sea capaz de detener una guerra entre Bulgaria y Grecia. Tras la Gran Guerra, Europa parecía haber adquirido cierta lúcida madurez, bastante alejada de ese pesimismo de un viejo emigrante nostálgico y catastrofista en la remota Argentina lo suficientemente rico para hacerse un edificio “ecléctico”. Porque en el año 1925, el del fin de la construcción del Barolo, Zweig ya es muy famoso y ha publicado una de sus mejores novelas, “Veinticuatro horas en la vida de una mujer”. Además de por las novelas y ensayos, Zweig era especialmente popular por sus biografías, o, más bien, ensayos biográficos. Están escritos con una mezcla de minuciosidad, elegancia y pasión que los hacen más entretenidos como “cuentos” que su obra de ficción en sí. En 1925 publicó “La lucha contra el demonio: Hörderlin – Kleist – Nietzsche”. Que es algo así como la “novela” de la creación del pensamiento, o más bien, de la creación de la espiritualidad alemana de la que él se sentía parte.


 

El segundo edificio es el Kavanagh. Un rascacielos racionalista que desde su construcción en 1934 hasta hoy, es sinónimo de distinción y de un sentido muy argentino de lo europeo. Y además le quitó al Barolo el título de rascacielos más alto de la ciudad de Buenos Aires, que es decir, de toda Sudamérica. En apenas diez años, la distancia que va de la construcción del Barolo al Kavanagh, ya no hay espacio para las ambigüedades y es evidente que “algo” va a pasar en Europa. Y algo que no puede terminar bien. 1934 es el año en que se retira la nacionalidad alemana a Einstein por ser judío (aunque ya hace años que tiene el premio Nóbel y también hace años que vive fuera de Alemania). Pero es también el año de la Revolución de Asturias en España. Y para caldear aún más el ambiente, al día siguiente de la proclamación de la República Socialista Asturiana (que llegó a vivir 13 días antes de rendirse al ejército comandado por Francisco Franco por orden de la República), Cataluña también decide separarse de la República “de Madrid” y se declara independiente dentro la República, pero independiente. Esta segunda revuelta también fue sofocada (de forma muchísimo menos cruenta que en Asturias) y el Estatuto de Autonomía fue anulado por ser anti-constitucional. En la práctica la Generalitat no se restituye hasta 1936, y su existencia se desarrolla bajo la Guerra Civil. En Alemania el señor Adolfo Hitler va encadenando golpes de estrategia (como el quitarse de en medio a sus radicales, las SA) y verdaderos golpes de suerte (como la muerte de Hindenburg que le permite convertirse en un nuevo cargo llamado Führer). Sería engorroso ir detallando, país por país, el modo en que las cosas se van complicando desde la crisis económica de 1927 hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939. Como dicen los especialistas a la hora de reconstruir un accidente, cuando un avión se estrella, nunca hay una sola causa, sino que de pronto comienza a confluir circunstancias desfavorables y por separado fallan mecanismos independientes que disparan y confluyen en un desastre general. Lo mismo se puede decir de la situación europea de varias épocas. En la de Zweig “todo aquello” había llenado las calles de Buenos Aires de refugiados y emigrantes europeos y no europeos. Los judíos, los republicanos españoles, los italianos, los alemanes, los libaneses y los sirios… Él mismo recuerda que sin embargo allí había sido recibido como antaño, como en los viejos tiempos en Europa. Volvía a tener la sensación de ser “un tenor de fama”. Zweig había llegado en avión desde Río y en una carta del 26 de septiembre recuerda cual será el programa que le espera en la Argentina: “en Buenos Aires (y otros lugares) tengo que dar dos conferencias en español, una en inglés, y otra en alemán. Docenas de personas me esperan. En conjunto tendré que pronunciar de nueve a diez charlas en catorce días y en ciudades como Córdoba, Rosario, Montevideo, etc. Será una labor muy dura, pero luego se habrán acabado las charlas por largo tiempo. Y resulta que los grandes actos sociales que organizan dificultan la concentración mental. Sólo entre ellos puedo pensar en el trabajo, en los libros, que es, en realidad, lo mío”.

        De entre toda su obra (pues escribió mucho, durante mucho tiempo y de cualquier género que le cayera a la mano, incluida la ópera con Strauss) hay un libro escrito en 1927 que podría depositarse en el lugar que Barolo dispuso para contener las cenizas de Dante, uno de esos que parecen responder a la pregunta “qué libro te llevarías a una isla desierta”. O más bien: “qué libro te llevarías si se destruye Europa y no quisieras que se perdiera la memoria de lo que fue aquello”. Se titula “12 momentos estelares de la Humanidad” y retrata, a manera de relatos cortos, los que para Zweig eran los doce momentos claves en el desarrollo de la historia. Los, digamos, 12 accidentes en los que se dan cita un conjunto de circunstancias y personajes claves que hacen que el mundo sea como es y no de otra manera.

         Zweig Comienza por el año – 44, con Cicerón. Que es ya de por sí una definición de la relación entre las palabras y las cosas que implica su visión de Europa: el pensamiento, la idea, precede a la acción.  En Cicerón se concentran las Guerras Civiles, César y todo ese conjunto de situaciones tan complejas de desmenuzar en sus detalles como universales y simples en sus líneas generales: la República contra el Imperio, como en “Star Wars”. El Imperio Romano, para Zweig, no da comienzo en los campos de batalla, sino en el pensamiento, en la idea (una idea muy alemana, por otro lado).
El segundo momento estelar para Zweig llega casi 2.000 años después: 29 mayo de 1453, con la caída de Bizancio el 29 de mayo de 1453. Porque esa es la fecha oficial de defunción del Imperio Romano. Ya para entonces existe todo lo que nos suena en el apartado de territorios que luego serán sede de naciones: España, Francia, Alemania, Italia… Pero Roma no parece darse por enterada y sobrevive en la periferia, en la ciudad de Constantinopla, lo que hoy es Estambul y que poco antes del nacimiento del Islam hasta ese preciso instante, se ha llamado “Bizancio” y ha sido poco más que la extensión de una ciudad convertida en una súper-fortaleza amurallada inexpugnable que controla el paso desde el Mar Negro al Mediterráneo.

             El tercer momento estelar está relacionado con América, donde Zweig terminará sus días como un símbolo viviente de un mundo perdido. Pero no es el Descubrimiento del Continente por Colón en 1492 lo que llama su atención, sino cuando se completa y se llega por primera vez “al otro lado”, hasta el Pacífico el 25 de septiembre de 1513. La hazaña la lleva a cabo Vasco Núñez de Balboa, en Panamá. El resto de los momentos estelares tiene lugar en territorio europeo; “La resurrección de Georg Friedrich Händel. 21 de agosto de 1741”, “El genio de una noche: La Marsellesa. 25 de abril de 1792”, “El minuto universal de Waterloo: Napoleón. 18 de junio de 1815”, “La elegía de Marienbad: Goethe entre Karlsbad y Weimar. 5 de septiembre de 1823”. América no volverá a aparecer como momento estelar en Zweig hasta 1848, con el descubrimiento del Oro de California que provocó una oleada de emigración a América sin precedentes desde los tiempos de la Conquista. Lo titula “El Descubrimiento de El Dorado”, que es una simbólica forma de decir que los españoles buscaron aquella legendaria riqueza del oro americano en el lugar y el tiempo equivocado. Que el verdadero Dorado estaba en California. Lo que sigue teniendo su algo de históricamente impreciso pero simbólicamente muy presente. En realidad aquel Dorado duró muy poco. No los cerca de tres siglos de convoyes super-protegidos que cruzaban el Oceáno entre España y América dos veces al año siempre cargados de oro y riquezas; la Ruta de las Indias. El Dorado californiano apenas duró una década. Pero ha quedado impreso en el mundo de la asociación de ideas con más fuerza como sinónimo de prosperidad que los siglos del Imperio español.



Entre los asistentes a algunas de aquellas conferencias, había muchos hombres que pertenecían a aquella gran tierra de nadie, apartada de los grandes momentos estelares de la Humanidad, Hispanoamérica. Y también España. Entre Panamá y California está Centroamérica, la olvidada de las olvidadas. Y en Centroamérica, Guatemala, inexistente de la memoria. Entre los que asistieron a las conferencias, o las escucharon por la radio o leyeron sus transcripciones en la prensa se encontraba el guatemalteco Juan José Arévalo, el hombre que llevará a cabo casi a mediados del siglo XX la tarea de reconocer que los indígenas, que componen el 70% de la población de Guatemala, son seres humanas y sujetos de derecho. Tal vez Arévalo no estaba en Buenos Aires durante la visita de Zweig, sino que lo escuchó en La Plata, donde se había graduado gracias a una beca. Había regresado a Guatemala, pero al dictador Jorge Ubico, un chiflado admirador de Franco y Mussolini, le pareció un rojo y Arévalo tuvo que volver a Argentina donde se convirtió en catedrático en la Universidad Nacional de Tucumán. Allí prestaba sus servicios cuando fue llamado en 1944 para que se presentara a las primeras elecciones justas y democráticas de la historia de Guatemala donde se alzó con el 86% de los votos. Sus ideas políticas eran muy “Zweigianas”, muy de ese otro mundo de la vieja Europa imaginada. Lo llamó “Socialismo Espiritual” en oposición al comunismo, que por su esencia es materialista y opuesto a la dimensión espiritual. En su Guatemala natal, además del muy perturbado Jorge Ubico con su manía de construir, matar y andar en motocicleta, encontramos a otro de esos constructores eclécticos, un “Baroli a la española”: el señor don Felipe Yurrita que está a punto de finalizar en el año de la conferencia de Zweig un extraño y muy hispano conjunto de iglesia/palacio y, hoy, restaurante de encanto: el edificio Yurrita. Y el edificio se lleva a cabo por una muy hispana inspiración; por una promesa a la Virgen patrona de Arévalo, Nuestra Señora de las Angustias, por salvarle a él, a su familia y a sus empleados de las furiosas llamas de un volcán casi cuarenta años antes, en 1902. En su malvendida y dispersa biblioteca se dice que estaba el quinto códice maya. Y otro olvidado personaje de toda aquella época, Rosso de Luna, dice haberlo visto. No en el palacio Yurrita, como cuenta la leyenda, sino en las tierras altas. Pero no es la historia de la remota y chiquita Guatemala la que se escribe en Buenos Aires, sino también la de España. Entre Buenos Aires, México y los Estados Unidos, los tres grandes centros de absorción de los exiliados españoles más cualificados. Pero donde las rencillas que se habían acumulado durante la Guerra Civil entre los diversos bandos de la república se extienden en el tiempo fuera de España, en las calles de México, Buenos Aires y Washington a veces disimuladas en meras disputas académicas a propósito del pasado medieval de España. Américo Castro, Sánchez-Albornoz… La lista es larga y abarca todos los aspectos de lo que se llama por consenso la cultura y la educación. Es un grupo de exiliados muy particular, y de orientaciones políticas y espirituales diversas al otro gran foco de la inmigración de los exiliados de la Guerra de España: México. Donde  Tan sólo un par de meses antes de la conferencia, uno de esos exiliados españoles, Ramón Mercader, se convierte en el brazo ejecutor de la sentencia de muerte de Trostky decretada por Stalin. Pero los españoles, aunque una masa de población importante hasta el día de hoy en la Argentina, no son los únicos exiliados, ni la masa de población que imprime su sello de forma indeleble en la ciudad. Allí encontramos una maqueta a escala de Europa; hay judíos. No sólo refugiados, especialmente polacos, sino población autóctona judía que lleva tres o cuatro generaciones y que llegó al país en el momento en que la Argentina fomentaba y apoyaba la inmigración desde Europa. También había alemanes, de los que pensaban que Stefan Zweig no era en realidad alemán, porque era judío. Y de los que pensaban que precisamente pensaban, como el mismo Zweig, que el hecho de ser alemán estaba por delante de cualquier otra consideración. Y que ese “ser alemán” implicaba otras cosas que no estaban asociadas con la guerra.

Zweig pone como otro de esos hitos históricos la hazaña de lanzar un cable telegráfico entre los dos continentes para transmitir palabras. Lo titula “La primera palabra a través del océano: Cyrus W. Field. 28 de julio de 1858”. La Guerra Civil Americana se desató tan sólo 3 años después y se da un proceso por el que de alguna manera quedan definitivamente sellados lo destinos de Europa y América. La última batalla de la Guerra Civil Americana se lleva a cabo en Liverpool (donde el CSS Shenandoah se rinde a los ingleses para no ser juzgados por piratería por el gobierno de los Estados Unidos que ha ganado la guerra). Y, menos de un siglo después, una de las últimas batallas navales europeas, en el sentido de “barcos contra barcos con cañones” se desarrolla justo delante de Buenos Aires el año anterior a la visita de Zweig.


El muy veraniego 17 de diciembre de 1939, con el final de la Guerra Civil española aún fresco y la Segunda Guerra Mundial aún en ciernes, en un momento en que parece que nada ni nadie puede parar a los alemanes, Alemania es derrotada por primera vez por el Inglaterra frente a las ventanas del edificio Kavanagh. Desde Buenos Aires y Montevideo, al otro lado del Río de la Plata, se ve en directo como se hunde el acorazado Graf Spee, el corsario perfecto de los mares. Es un prodigio de la ingeniería alemana y ha sido bautizado, ironía de las ironías, en memoria de un héroe naval alemán derrotado y muerto no muy lejos de allí, en la Batalla de las Malvinas de 1914. Como resultado de las limitaciones en los tratados de paz, Alemania sólo podía hacer acorazados pequeños. Así que los alemanes diseñaron un super-mini-acorazado super-artillado y super-veloz que se dedicó, como un halcón, a destruir barcos por todo el Atlántico en solitario. De la potencia de su artillería da fe el bombardeo de represalia que llevó a cabo sobre la ciudad de Almería durante la Guerra Civil española, en 1937. Y que estaba presente en la memoria de muchos exiliados españoles.

           Para poner fin a las correrías del Graf Spee por el Atlántico, los británicos se propusieron darle caza con buques tecnológicamente inferiores, pero de una forma metódica. La que permite una experiencia de casi 500 años en la navegación del Atlántico Sur. Cuando los ingleses se encontraron con el acorazado alemán, hubo un primer encuentro en el que los ingleses se llevaron la peor parte por la extraordinaria potencia de los cañones alemanes. Pero el Graaf Spee también sufrió daños en el cruce de artillería y se refugió en el puerto de Montevideo donde las autoridades les dieron 72 para arreglar el barco por sus medios y largarse, o entregarse y entregar la nave. Los barcos ingleses capaces de hacerle frente estaban demasiado lejos para llegar a tiempo para bloquear la salida del Río de la Plata y evitar que el Graf Spee se perdiera en alta mar gracias a su mayor velocidad. En aquellas dos ciudades llenas de exiliados con cuentas pendientes con los alemanes, a los ingleses no les costó demasiado esfuerzo encontrar entusiastas voluntarios para propagar falsos rumores y sabotear las reparaciones en el puerto hasta hacer creer realmente a los alemanes que había una gigantesca flota británica esperándoles en alta mar. Digamos que aquella “presión psicológica” llevó al capitán del acorazado a tomar la decisión de desembarcar para entregarse a las autoridades del lado argentino. Antes volaron el barco. Cuando el capitán se enteró de que había sido engañado, se lo tomó muy mal y se suicidó. Cuando finalmente Stefan Zweig llegó a Buenos Aires, aún había ecos de todo aquello y la situación de los marineros era confusa y ponía de relieve una “europeización” de la política argentina que sólo necesito de una crisis económica para transformarse en algo llamado Peronismo.
 
               El martes 29 de octubre de 1940. La policía tiene que intervenir para invitar a las 1.500 personas que aún quedan en los exteriores del teatro a que se marchen a sus casas. Del otro lado del cartel de “No hay entradas” ya hay otras 1.500 personas sentadas que esperan a que el artista, Zweig, salga a escena. Su conferencia no trata sobre la guerra, ni sobre lo que pasa en todas partes. Sino sobre su opuesto: el arte. O, más exactamente, sobre el Arte del Arte. Se titula “El Misterio de la creación”. Justo el día anterior, las tropas italianas iniciaban la invasión de Grecia y el titular del diario español ABC es rotundo: “Otra fecha que no silenciará la historia”. Pero las noticias que llegan desde Europa no roban el protagonismo a la visita de Zweig ni este “histórico evento” tiene un reflejo claro en el tema de la conferencia que atrae multitudes. Zweig es el exiliado oficial, el símbolo por excelencia de la barbarie alemana y la evidencia de que algo muy extraño le ha pasado a Europa. Zweig llega a una América que anhela y quiere ser europea. Lo recibe como un profeta. Zweig se siente agradecido, pero América no es para él. Es un hombre de mundo. Ha sido rico desde su nacimiento, como la mayoría de los nombres claves de las letras españolas y argentinas del momento. Y, dentro de ese modelo del rico educado anterior al a Segunda Guerra Mundial, ha viajado por todo el mundo. No conoce, como reconoce y atormenta, las privaciones, la penuria y la miseria de otros que, como él, son privados de sus medios de vida por ser considerados judíos y terminan por suicidarse. En todas partes le reciben bien, pero Zweig no encaja en ninguna. En Buenos Aires Zweig es un desencajado en una ciudad llena de desencajados. Incluso los literarios. Lo más parecido a Zweig en habla hispana – sobre-simplificando – es Jorge Luís Borges, que acomete la épica y titánica tarea de enlazar las raíces de lo argentino para conectarlas directamente con el manantial europeo. Y como un europeo, sin pasar por España. Es una opinión puramente personal, pero creo que en esas conferencias de Zweig hay un elemento de coincidencia con las de Borges que se recogen años después en “Siete Noches”. Al menos, ambos están dirigidos a un mismo público: a hombres y mujeres que pagan una entrada para ir a escuchar una conferencia sobre cuestiones nada prácticas.

             Dijo Zweig aquel día en Buenos Aires: “nosotros nos hemos propuesto investigar el esfuerzo supremo y más noble del que es capaz la humanidad: la creación artística. Y, sin embargo, en el fondo, el problema es el mismo, pues tanto en el caso del asesinato como en el de la génesis de una obra de arte, nos cabe reconstruir una acción cuya realización no hemos presenciado”. “La creación artística – prosigue Zweig – es un acto sobrenatural en una esfera espiritual que se sustrae a toda observación”. Como el árbol que no permite ver el bosque. Lo que se puede aplicar también para aquella creación, la de su propia muerte meses después. Cuando Zweig se suicida junto a su segunda esposa, supone el punto final a un exilio que se puede seguir por la prensa. La foto de sus cadáveres se exhibe en primera plana. En otra de sus obras de tema europeo, “Legado de Europa”, que recoge semblanzas y descripciones de escritores que nos resultan extraños y ajenos hoy, dice a propósito del “Sadhana” de Tagore “Ya se que existe en Alemania la costumbre de tener a un autor por un estúpido o por un charlatán en cuanto a alcanzado las diez ediciones”. Porque “sólo lo diluido se extiende al correr”. Y ese es de alguna manera su triste y trágico destino. El de ser demasiado famoso en vida como para que alguien se tomara realmente en serio su obra, su relato de la aventura espiritual de Occidente llevada a cabo por un occidental de otro Occidente, que no es el nuestro. Zweig estaba condenado a olvidarse porque sus límites son difusos y ya no son el mapa de un territorio reconocible. Como él dice, esa Europa ha desaparecido y es evidente que no somos parte de ella.



              El penúltimo de sus momentos estelares, no es la Revolución Soviética, que es uno de los eventos históricos más estudiados en el mundo que nace de la Segunda Guerra Mundial y se mira a sí mismo como la conclusión de los tiempos. Sino un insignificante episodio anterior; una mera anécdota. El momento en que los alemanes permiten a Lenin y a su círculo íntimo cruzar Alemania en un tren sellado para llegar a Rusia. Ese viaje inicial que abrirá un ciclo histórico de prácticamente 80 años (1917 – 1989) en el que se enmarca una historia, o, al menos, todas las historias que desembocan o tienen su origen en aquel Buenos Aires de 1940. Como las guerras y represiones que de Europa pasan a América en los años posteriores. El balance del periodo es sobrecogedor. La segunda guerra mundial deja un total de 73.000.000 millones de muertos. Pero el balance no termina ahí y como en la segunda sacudida de un terremoto, los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial son testigos de un nuevo cambio en el panorama de todas las minorías en el mundo. Entre 1945 y 1947, que es decir, entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la Creación del Estado de Israel, son expulsados de Europa Central 12.500.000 de alemanes. Hasta ese momento existían cuatro minorías tradicionales en Europa, que es decir pueblos que viven alejados geográficamente de su tierra pero que mantienen su cohesión como pueblo por medio de una lengua, costumbres y creencias comunes: los judíos, los alemanes, los húngaros y los ucranianos. Hay países en los que tras la Segunda Guerra Mundial desaparecen ambas comunidades, la judía y la alemana (como en el caso de Yugoslavia) o quedan reducidas a su mínima expresión en relación a su pasado inmediato (como en Checoslovaquia, Hungría y Rumanía). Pero la minoría que desaparece de todas partes es la judía. La “desjudaización” de Europa es un objetivo cumplido, a pesar de que Alemania perdiera la guerra porque las políticas anti-semitas de Hungría, por ejemplo, no cesan tras la liberación de los soviéticos. Sino que los soviéticos lo siguen donde los alemanes y los fascistas húngaros lo han dejado para lograr por otros medios un mismo objetivo: que los judíos que queden en Hungría, se marchen a otra parte. Y en esa visión del mundo de Zweig, todo este proceso que llega hasta hoy, se inició con aquel viaje en un tren sellado por el medio de una Alemania devastada por la guerra en 1917.

                Su último momento estelar lo dedica a un fracaso. A algo así como el anuncio de lo que será la causa inmediata de la guerra que estalla en 1939: el de la Democracia. En Europa nadie tiene ningún interés real en la democracia (en su sentido clásico, que es el moderno) porque la mayoría no pone en duda el hecho de que no funciona. En 1919 el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson propone la creación de una Liga de Naciones que trate de evitar por todos los medios la repetición de una guerra con ese nivel de crueldad y asegure un tratamiento justo, pacífico y consensuado entre las naciones para resolver sus diferencias. Pero es curiosamente su propio país, los Estados Unidos, quien no permite en la práctica la incorporación de los Estados Unidos mismos a esa Liga. Con lo que la Paz de 1919 tiene un sentido de revancha contra los perdedores que sólo logra encender su ánimo al hacerlos sentir humillados. Ese es para Zweig el último gran momento estelar, el que abre la puerta a un futuro incierto en el que, como en un accidente aéreo, lo de menos ya es la pieza concreta que inició la cadena de desastres. Sino que una vez que se ha llevado a cabo la destrucción, el daño es irreparable. Aquel mapa de fronteras de 1919 es la razón de las guerras posteriores. Y en ese mapa que parece condenar a los habitantes de sus territorios al enfrentamiento perpetúo, se dibujan el Mundo Árabe actual, el Estado de Israel y la práctica totalidad del mapa de África. Una zona del mundo que para Europa, como para Zweig mismo, está fuera de su área de interés público.

                Zweig escribe los “Momentos estelares” en 1927. Pero su último trabajo completo, tras su paso como conferenciante estrella en la Argentina y en su exilio dorado en Brasil, es un ensayo sobre Montaigne que puedes leer como si fuera su última respuesta a la pregunta: “¿Qué libro rescatarías después de que se cumplan los peores pronósticos?”.  Y dice Zweig: “Existe un pequeño número de escritores – Homero, Shakespeare, Goethe, Balzac, Tolstoi – accesibles a cualquier edad y a cualquier circunstancia. Sin embargo, hay otros que sólo en un momento dado nos revelan en su plena significación. Entre estos últimos se encuentra con Montaigne”. Lo que adquiere cierta gravedad si se tiene en cuenta que Zweig ya tiene en mente quitarse la vida. Que es como decir: “en caso de que todo se vaya al demonio y regresen los fantasmas de la barbarie, empieza por Montaigne. Después, sigue con los otros”. Como una especie de programa de estudios para resucitar la civilización por medio de la palabra. En una tradición en la que se dan la mano el pasado y el presente. Al fin y al cabo, Montaigne dice en francés lo mismo que Sócrates en griego. Antes de nada, conócete a ti mismo.

               Luego, ya veremos.

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