lunes, 20 de octubre de 2008

La Biblia: se siguen buscando hackers.



“No está escrito “el hombre”, lo que hubiera implicado sólo al primer hombre, sino el hombre en general, lo que es hombre y mujer que son llamados “Hombre”, lo que está hecho ahora con un nombre completo”.
El Zohar


Un poeta árabe escribió una vez en Al-Andalus un relato, sobre una competición entre los bizantinos y los chinos. Había un premio fabuloso para el ganador. Tenían que pintar cada uno una pared, frente a frente. Colocaron una cortina de separación para que unos no vieran lo que hacían los otros y empezaron a trabajar. Los bizantinos empezaron a mezclar sus colores y hacer sus diseños, pero los chinos no parecían estar preparando pinturas, sino limpiando. Pasado el plazo, cuando se levantó la cortina, los bizantinos habían llevado a cabo un fabuloso fresco, con animales y vegetales pintados con un nivel de detalle como nunca antes se había visto. ¿Y los chinos? Se habían dedicado a pulir la pared hasta dejarla como un espejo que reflejaba el cuadro de los bizantinos y hacía que pareciera mejor. Ganaron. En la relación entre el hombre y el más fundamental de sus textos sagrados, la Biblia, el libro es el espejo y nosotros somos los pintores binzatinos. Al definirla, nos definimos.

Frazer, uno de los padres del folclorismo dice del relato de la Creación que conserva elementos de “simplicidad primitiva”. Renan, en el XIX, escribe que la superioridad de las lenguas indoeuropeas se la daba el uso del verbo, porque para los autores de la Biblia tomaron con su lengua respecto al uso de los verbos “un partido defectuoso. El mayor error cometido por aquella raza (porque resultó el más irreparable) fue adoptar un mecanismo tan mezquino para tratar el verbo, que la expresión de tiempos y modos ha sido siempre imperfecta y molesta”. Las teorías más serias y racionales sobre la autoría de la Biblia surgieron en el siglo XIX, donde este tipo de opiniones eran las mayoritarias en la comunidad científica europea. Hoy el paradigma/modelo para “entender” cómo se redactó lo que en el mundo judío se llama la Torah y en el mundo cristiano el Antiguo Testamento, se basa en el modelo de la llamada Teoría de Fuentes creado por Wellhausen (1844-1918). Según este modelo, la Biblia es el resultado de la recopilación de cuatro fuentes diferentes, una especie de corta y pega de textos antiguos que se llevó a cabo en cuatro etapas. Y para el que sabe leer entre líneas, la historia de su composición es una apasionante aventura de intereses opuestos y mundanos; sacerdotes enfrentados con sacerdotes, las reformas del rey Josías, las pretensiones territoriales del Reino de Judea sobre el desaparecido reino norteño de Israel… Wellhausen ha sido muchas veces acusado de antisemita, lo que es totalmente cierto y, al mismo tiempo, también define una época. De hecho, y fieles a la elegancia y educación que se supone en la gente culta, dejaron de hablar mal de los judíos; los ignoraron. Se habla de los “semitas” en general, o de los “orientales” y se niega que existan muchas diferencias reales entre judíos y árabes. Se trata a los judíos como a una especie de tontos con suerte, o portadores momentáneos de un texto sagrado que ellos no pudieron escribir. Tuvieron que ser otros, no esta “gente”. La misma actitud por la que se niega que Shakespeare fuera el verdadero autor de sus obras; no tenía el currículum que se supone que tenía que tener para poder ser Shakespeare. No había estudiado los clásicos con extensión, no había viajado por el mundo. ¿Cómo podía Shakesperare ser Shakespeare? ¿Cómo pudieron los judíos escribir ese libro? Y entonces es cuando aparece el efecto multiplicador de la discordia. Porque alguien dirá “Cuidado, que hablamos sólo del Antiguo Testamento, no del Nuevo, que es la otra parte de la Biblia, por eso se llama Antiguo, pasado, caduco, lo importante es el Nuevo”. Y, en efecto, toda la teoría de fuentes y la parte que tiene que ver con los cinco primeros libros de la Biblia, la Torah judía en sentido estricto, sólo es un prólogo, no es el verdadero área de interés de la Teoría de fuentes. Lo que les importa es la otra parte, el Evangelio de Jesús. Se aplica una lectura a un texto, el judío, que tiene unas reglas de escritura y un idioma, el hebreo, y una visión del mundo asociada a él, desde la perspectiva y las herramientas de otro texto, los evangelios, escritos en griego, con otro idioma, con otro alfabeto, con otra historia totalmente distinta. Es como jugar a las damas con las reglas del ajedrez. O como colocar un ejemplar de “El Quijote” y “Fan Man” de Klotzwincke, uno en castellano del XVII y el otro en inglés del XX y decir que son el mismo libro y deben leerse de la misma manera.
Podemos hacernos la pregunta contraria: ¿por qué el resultado de esa mirada a cualquier texto es el mismo, la desaparición del autor? La teoría del “corta y pega” es infinita y depende de la idea de que todo texto es producto de un texto anterior. Así que la teoría de textos se pasa la mayor tiempo elucubrando sobre textos que no tiene para justificar la lectura que hace de los que sí tiene. Cuando se aplica esa mira a la Torah, el resultado es que “debe” existir alguna parte un texto previo, proto-texto del que se copia. Cuando de los evangelios, que debe existir en alguna parte un Documento Q del que todos los demás copian. En el caso de Shakespeare, se repite el mismo esquema: “debe” existir una obra anterior de la que se inspira. Y cada documento a su vez está compuesto por otros anteriores que no tenemos. Es un mundo cerrado de textos, sin que haya espacio para la tradición oral. Todo texto es generado por otro, toda tradición por otra anterior. El viejo problema de qué es antes, la gallina o el huevo. Si se aplica el mismo método al Quijote, Cervantes, desaparece. El resultado de esa forma de leer es siempre el mismo: el autor (Homero, La Biblia, Shakespeare…) es en realidad un nombre de un personaje legendario en el que se da cita un autor colectivo y anónimo. Y sus textos provienen de la lectura y procesado de otros textos anteriores que, lamentablemente, hemos perdido. Nuestros eslabones perdidos.
Otro punto donde la teoría de fuentes tolera mal su uso es cuando se intenta invertir la polaridad. Cuando se la intenta usar. Si de esa forma se creó la Biblia – y prácticamente cualquier otro texto que ha sobrevivido un lapso de tiempo que se puede medir en cientos o miles de años, operando el camino contrario, tenemos un método para crear un texto de esas características; de generar arquetipos, mitos. La industria audiovisual, por ejemplo, patrocina los departamentos de estudio de literatura comparada a la caza de historias que permitan construir algo diferente, duradero: de éxito. Descifrar un mito, hackearlo para lograr su código matriz, el que nos permita crear otros mitos, y no vestir de otra manera los mismos de siempre, sigue siendo una asignatura pendiente. Pero hasta la fecha, nada. Y pese al ruido, la furia y el desinterés de la mayoría, no estamos más cerca de saber quién fue el autor de la Biblia.
Como ese espejo chino, refleja nuestros más bizantinos edificios de ideas y visiones del mundo. No es el texto, es quien lo lee y cómo lo lee. Y no parecemos estar en condiciones de resolver ni siquiera el sentido de la primera palabra: Bereishit, en el principio. Al menos, no leyendo de esa manera.

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