domingo, 21 de diciembre de 2008

El juego de espejos del Popol Vuh

Iglesia de Santo Tomás en Chichicastenango, Guatemala, donde apareció el ejemplar del Popol Vuh en 1701. La iglesia está construida sobre un templo pre-hispánico y sus 18 escalones corresponden a los meses del calendario maya.

Antes de la llegada de los españoles, la ciudad se llamaba Chaviar, pero los guerreros tlaxcatecas mexicanos que formaban el grueso de la tropa de conquista la llamaron Chichicastenango, el sitio de las ortigas. Se encuentra a apenas 150 kilómetros de la capital, Guatemala, y aún hoy ofrece al visitante occidental la misma desconcertante impresión que hace 500 años. En la plaza hay dos iglesias, la de los ladinos, los blancos. Y la de Santo Tomás, los indios. Las separa una marea humana que, bajo los toldos de plástico de los comedores y los puestos ambulantes, se concentra en la ciudad los días de feria (domingos y jueves). La iglesia de los ladinos apenas encuentra atención ni interés en las guías de viaje, hasta el punto de que se habla de Santo Tomás como de la iglesia de la ciudad, como si no hubiera ninguna otra. La paradoja es que de todas ellas, Santo Tomás es, precisamente, la que no es una Iglesia.



Sus 18 escalones corresponden a cada uno de los meses del calendario maya. El edificio que hay en la cúspide de las escalinatas tiene algo más de cuatro siglos, pero las escalinatas y el lugar en sí hunden sus orígenes en la noche de los tiempos. En esas escaleras los chamanes queman diversas variedades de incienso y efectúan sacrificios de pequeños animales (generalmente gallinas). En el interior hay un crucificado y otras figuras de santos de madera a las que algunos indígenas, con fervor, rezan entre las innumerables velas encendidas y la humareda de incienso. Entre ellas, la de Santo Tomás, que en realidad es adorado como 'Job Tzi'kin". No es una excepción. Poco después de la Contra-Reforma, cuando la Iglesia se dispuso a llevar en la zona una evangelización profunda por medio de la educación y la persuasión, fomentaron la devoción a los santos. Para descubrir con horror que la razón por la que la mayoría de los municipios querían estar bajo la advocación de San Jorge era porque en su representación se incluía a la figura de un dragón, que era al ser al que en realidad veneraban. Fue más fácil construir otras iglesias, en Chichicastenango y en todo el altiplano guatemalteco, que cristianizar los edificios ya existentes.

Pascal o Pascual Abaj. Los chamanes sacrifican cada día animales al ídolo. Las cruces tienen para los mayas un significado diferente.

No muy lejos de la ciudad, sobre la cúspide de un monte, está la figura de Pascual o Pascal Abaj, una figura íntimamente conectada con la construcción de la Iglesia y la imagen del mundo que representa. Según una tradición oral, cuando los españoles llegaron al templo original, encontraron en su interior tres altares. En el que ahora se celebra misa, estaba dedicado a los muertos. En el centro había uno dedicado a la historia del pueblo y en la entrada otro dedicado al pueblo. Según esta tradición, los líderes mayas negociaron desde el principio el carácter dual del edificio. Sería una Iglesia católica, como lo españoles exigían, pero al mismo tiempo seguiría siendo un templo maya. El problema para contruir la nueva iglesia era que en el interior del templo vivían tres “nahuales”, espíritus, muy fuertes, vinculados a los altares. Se seleccionó cuidadosamente a los hombres que iban a tomar parte en la construcción, pero apareció por allí uno, llamado Pascual, que nadie había seleccionado y que se encargaba de llevar a cabo los trabajos más duros. Nadie sabía quien era en realidad, y cuando terminaba su jornada, se iba a un lugar cercano, a su lugar (Pascal Abaj). Aunque le siguieron en varias ocasiones, no fue posible encontrar el lugar donde se retiraba. Hasta que al finalizar las obras, encontraron en el bosque una piedra que identificaron como el mismísimo Pascual. Según otra tradición oral, transmitida por el poeta Humberto A’kabal, el ídolo de piedra de Pascal Abaj ya era el centro de un culto muy anterior a la Conquista. Los españoles quisieron derribarlo, pero cuando intentaban mover la piedra, se volvía increíblemente pesada. Y, aunque con esfuerzo, lograran moverla, a la mañana siguiente aparecía en su lugar original. La figura de Pascal Abaj no es la representación de una entidad invisible, sino que es la entidad misma, es Pascal Abaj, un ídolo vivo. De hecho Ak’abal cuenta que la última vez que se intentó trasladar la figura fue en ocasión de la Exposición Universal de Nueva York, en 1964, con idéntico resultado: cuando la figura ya estaba en el aeropuerto, lista para ser embarcada, desapareció milagrosamente y apareció, al día siguiente, en su emplazamiento original. Según A’kabal, uno de los primeros párrocos de la ciudad intentó por todos los medios erradicar toda aquella “brujería” de la zona y prohibió el culto al ídolo. El resultado fue una terrible enfermedad de la piel. Los ancianos mayas le dijeron que se trataba de un aviso del ídolo, para que lo dejara en paz. El sacerdote dijo que él no podía permitir que se adorara a un ídolo, y los ancianos le respondieron: “¿Cual es su santo?” “San Pascual” respondió el sacerdote. “Entonces a partir de ahora será San Pascual Abaj y usted también podrá ir a rezarle”. Cuando el sacerdote permitió el doble culto, se curó. Frente al ídolo de Pascual Abaj también se llevan a cabo ofrendas y sacrificios de animales, en una extraña mezcolanza de ritos entre piedras y cruces. La paradoja irresoluble de Chichicastenango es que la cruz, como símbolo, es anterior a la Conquista. Las cruces que rodean a Pascual Abaj pueden ser anteriores a la llegada del cristianismo a América, porque para los mayas la cruz tiene otro significado. Simboliza las cuatro direcciones de la tierra y la planta de maíz como centro. Hay cruces mayas en todo Centroamérica y cuando los primeros predicadores españoles las encontraron, vieron en ello una señal de Dios; había enviado a los mayas símbolos que preparaban la cristianización de los indios. La religión maya era vista por Diego de Landa (1524 – 1579), que llegó a ser obispo de Yucatán, como una especie de cristianismo en estado primitivo, donde aún se sacrificaban seres humanos y se hacían ofrendas de sangre porque no se conocía el carácter sacrificial de Cristo. Los mayas no lo vieron así, y se resistieron a las predicaciones. Así que a partir de 1562, Landa llevó ante la Inquisición a varios gobernantes indígenas y quemó públicamente cuantos ídolos, altares y códices pudo encontrar. A diferencia de los Nahuas (aztecas) del Norte o los Incas del Sur, en el momento de la llegada de los españoles la civilización maya había desaparecido como tal justo un siglo antes de su llegada, tras varios milenios de esplendor y sin que hasta hoy exista una explicación clara para su desmoronamiento. Cuando los españoles llegaron, encontraron diversos pueblos descendientes de aquel pasado milenario y glorioso, así como los vestigios supervivientes de su cultura, especialmente en forma de códices escritos en jeroglíficos. Fue tal el celo que Landa puso en su destrucción que hasta nuestros días sólo han sobrevivido tres de aquellos códices y un fragmento de un cuarto. Todos tienen el mismo tema: el cálculo del tiempo. El Códice de Dresde es una explicación sobre el calendario y los números mayas. El de Madrid (que puede visitarse en el Museo de América) sobre horóscopos y tablas astrológicas. De el de París no ha sobrevivido el original, pero sí una copia en la que puede apreciarse su contenido: profecías sobre determinadas fechas. Y en cuanto al cuarto, el de Grolier, se duda de su autenticidad. Apareció en el siglo XX y su contenido corresponde con el de Dresde. Lo paradójico es que para la interpretación de los jeroglíficos se utilizó, durante muchos años, un diccionario que el mismo destructivo Landa escribió. Y fue el mismo Landa uno de los que animó a los indígenas a utilizar la escritura en caracteres latinos para agilizar su asimilación, lo que hace aún más compleja la interpretación de su texto más importante: El Popol Vuh.

Traducción original de Ximenez.

Más de un siglo después de la muerte de Landa, el dominico Francisco Ximenez (1666-1721) llegó a Guatemala a finales del siglo XVII, y en 1701 lo encontramos en Chichicastenango. Ximenez había aprendido las tres lenguas más importantes de los más de 20 idiomas mayas que aún se hablan en Guatemala: quiché, kakchiquel y zutuhil. El interés por su cultura fue lo que tal vez llevó a un grupo de indígenas a revelarle un secreto: había un libro escondido en la iglesia de Santo Tomás desde hacía cien años donde se encontraban escritas las historias milenarias de los quichés, tal y como habían sido transmitidas de forma oral durante generaciones. En palabras del propio Ximenez: “Sus historias... las hallé escritas desde el tiempo de la conquista, que entonces (como allí dicen) las redujeron de su modo de escribir al nuestro; pero como fue con todo sigilo que se conservó entre ellos con tanto secreto, que ni memoria se hacía entre los ministros antiguos de tal cosa, e indagando yo aqueste punto, estando en el curato de Santo Tomás Chichicastenango, hallé que era Doctrina que primero mamaban con la leche y que todos ellos casi lo tienen de memoria, y descubrí que de aquestos libros tenían muchos entre sí...”. En las fuentes escritas se dice que el manuscrito de aquel libro, el Popol Vuh o Libro del Consejo, estaba escondido bajo el altar mayor. Mientras que en las tradiciones orales, tal y como las recoge Humberto A’kabal, el libro estaba en realidad ubicado en la pared. Si se observa el templo con atención, puede observarse que en el lado Este hay una abertura, como un ventanuco cuadrado. Ese es el lugar preciso, según A’kabal, en el que apareció. El libro estaba escrito en lengua maya, pero en caracteres latinos, y tal vez fuera su sorpresa al encontrar muchas similitudes con la Biblia lo que le llevó a dejar muy claro que él no tenía nada que ver en aquello cuando hizo la traducción literal del libro y lo tituló: “Empiezan las historias del origen de los Indios de esta provincia de Guatemala, traduzido de la lengua quiché en la castellana para más comodidad de los Ministros del Santo Evangelio, por el R.P.F. Franzisco Ximenez, Cura doctrinero por el Real Patronato de Sto. Tomás Chuilá”.

“Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado y vacía la extensión del cielo” – comienza el Popol Vuh. Se divide en cuatro partes en las que se relata la historia del pueblo quiché desde la Creación del mundo hasta su destrucción como pueblo. Los paralelismos con la Biblia tienen lugar a dos niveles, el más superficial, y el más profundo.

Como en la Biblia, se relata la creación a partir de la nada, la destrucción de la Tierra en un diluvio, y así como el pueblo de Israel emigra hasta la Tierra de Canaan, en el Popol Vuh se describen las migraciones de los quichés hasta su llegada a las tierras de Guatemala. Y además, como si se tratara de la Biblia, el final del libro recoge una genealogía de señores, hombres y casas principales. Pero a diferencia de la Biblia, en la última página se explica su razón de ser: “Y ésta fue la existencia de los quichés, porque ya no puede verse el [ejemplar original del Popol Vuh] que tenían antiguamente los reyes, pues ha desaparecido. Así, pues, se han acabado todos los del Quiché, que se llama Santa Cruz”. Con el nombre de Santa Cruz bautizó el obispo Francisco Marroquín (1473-1568) la ciudad española que reemplazó a la antigua capital quiché. Por esa razón se cree que el manuscrito fue escrito durante el siglo XVI y resulta imposible determinar la antigüedad de aquellas tradiciones. Y, sobre todo, si las similitudes con la Biblia se debían a una “contaminación” con las doctrinas que los predicadores españoles se enseñaban o, por el contrario, eran parte de las creencias originales de los mayas del altiplano.

Ah Puch. También conocido como Kizin' ("El Apestoso"), Yum-Kimil, Hun ahau. Señor del Inframundo de Xibalbá.

No se sabe nada de aquel original que apareció en la iglesia. Ximenez llevó a cabo una copia en la misma línea de “transparencia absoluta” que había utilizado en el título. Lo estructuró en dos columnas; en una, el original quiché y en la otra, la traducción literal al castellano. Algunos años después llevó a cabo una segunda traducción que incluyó en su “"Historia de la Provincia de Santo Vicente de Chiapa y Guatemala" (1722). Obra que no despertó ningún entusiasmo ni un especial interés, puesto que no es hasta más de un siglo después, 1857, cuando un austriaco, el doctor Charles Scherzer, rescató la traducción de entre los archivos de la Universidad de San Carlos (donde estaban las obras de Ximenez desde hacía más de 25 años) y lo publicó en Alemania con el título original. El nombre “Popol Vuh” es obra del misionero Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, que robó el escrito original de la universidad, lo llevó a Europa y lo tradujo al francés en 1861 como "Popol Vuh, Le livre Sacré et les mythes de l'antiquité Américaine". A partir de este punto, el manuscrito fue pasando de mano en mano hasta terminar en la Biblioteca Newberry de Chicago. A partir de este manuscrito Adrián Recinos (1886-1962) llevó a cabo la primera edición española, que es, hasta hoy, la más popular y accesible.

Se ha insistido tanto en las influencias de la Biblia sobre el Popol Vuh, que de una forma sutil y tal vez inconsciente también se ha producido un proceso paralelo para explicar su origen y justificar su existencia. En el Segundo Libro de las Crónicas, en la Biblia, se describe como se llevaron a cabo una serie de reformas en el Templo por orden del rey Josías. Y en el versículo 14 del capítulo 34 se lee: “Y cuando sacaban el dinero recaudado en la Casa del Eterno Helcías sacerdote halló el Libro de la Ley del Eterno dada por Moisés”. Se ha insistido, hasta convertirlo en un lugar común de la crítica bíblica, que ese “Libro de la Ley” aparecido en el Templo era en realidad el de Deuteronomio, el último de los libros del Pentateuco. Y que el hecho de adscribirlo a Moisés y a un descubrimiento milagroso, era lo que le confería la autoridad suficiente como para transformarse en una serie de reformas religiosas. En la misma línea, René Acuña (1998) afirma que “si la fidelidad con que Ximénez copió y tradujo el texto quiché fuera el criterio para establecer la autenticidad del Popol Vuh, habría, de inmediato, que declararlo falso”. El hecho de que el original nunca haya aparecido, y la comparación entre las dos traducciones de Ximenez le llevan a afirmar que la obra fue en realidad un fraude pío, que no tenía otro propósito que el de contribuir a la evangelización de los indios haciéndoles creer que los paralelismos con la Biblia eran una confirmación, desde sus propias tradiciones, de la veracidad del cristianismo. Acuña cree que Ximenez no manejaba bien la lengua quiché, sino todo lo contrario, y que en todo caso fue un indígena autodidacta el que incorporó a las narraciones orales tradicionales los esquemas occidentales y cristianos de los religiosos españoles, tal vez bajo la dirección misma de los frailes. En los dos casos, las conclusiones son meras especulaciones y se deriva la cuestión del contenido hacia el de su “función”. Ante la imposibilidad de avanzar en el “qué” se reconstruye un “para qué” indemostrable.

La lectura superficial del “Popol Vuh”, en cuanto al argumento, tiene grandes semejanzas con la Biblia; Creación, Primer Hombre, Temor a que se haga sabio, Diluvio, Confusión de lenguas... Pero si se lleva a cabo una lectura literal de los capítulos, los paralelismos se difuminan y se transforman en abiertas contradicciones. El Popol Vuh sería a la Biblia lo que un negativo a un positivo, un opuesto. El Monoteísmo extremo de la Biblia se encuentra con un Politeísmo igualmente extremo en el Popol Vuh. Los dos textos sagrados se complementan porque uno – el Popol Vuh – es una descripción detallada de lo que el otro – la Biblia – pretende erradicar. La Biblia se detiene en realidad bastante poco en la etapa “mítica” de la Historia y se apresura por llegar cuanto antes hasta al relato de un ser humano muy concreto: Abram, que tras su llegada a Canaan y circuncisión se transforma en Abraham. Por el contrario, tres de las cuatro partes del Popol Vuh están dedicados a una neblinosa sucesión de dioses civilizadores. El hombre en la Biblia vive en un Universo de libre albedrío, donde puede tomar diferentes caminos y donde el sometimiento a Dios es, al final, una decisión personal y voluntaria. Mientras que el hombre en el Popol Vuh está totalmente determinado por la sucesión del tiempo y las relaciones con los astros. Haga lo que haga, el destino ya se ha sellado en el mundo de arriba. En la Biblia no hay apenas una descripción del inframundo, mientras que el Popol Vuh recoge una escalofriante descripción de la Casa de Xibalbá. Jacob vio en sus sueños una escalera ascendente (Génesis 28:11-19) mientras que el camino a Xibalbá es una escalera descendente que desemboca en la orilla de un río que recorre barrancos y jícaros espinosos. A continuación hay otros ríos (uno de sangre) para después abrirse un cruce de cuatro caminos: uno rojo, otro blanco, otro amarillo y otro negro. El último es el que se dirige a Xibalbá, exactamente a la sala del consejo donde se reúnen sus trece Señores. En el interior de la Casa había seis salas, con tormentos que incluían la oscuridad total, el frío extremo, tigres furiosos, murciélagos, fuego y navajas. Los gemelos Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú murieron en su interior. Mientras que sus hijos también gemelos, Hunahpú e Ixbalanqué, fueron capaces de derrotar a los señores y salir airosos. El texto no da mayores explicaciones, pero es curioso el detalle de que para los hijos se muestra en color verde uno de los caminos que a ojos de sus padres había sido amarillo. En el fragmento llamado de la Akedá (Génesis 22) se describe como un enviado de Dios evita que Abraham sacrifique a su hijo Isaac, y, a partir de ese punto, la Biblia se refiere a los sacrificios humanos como a la peor de las abominaciones y una de las condiciones de la idolatría. En la última parte del Popol Vuh se relata el origen de los sacrificios humanos y su uso. Si el padre Ximenez fue un falsario, fue un hombre también muy avanzando en religiones comparadas. La mitología en el relato del Popol Vuh contiene elementos que pueden relacionarse más fácilmente con mitos del Medio Oriente como el de Isis y Osiris, Adonis y Tammuz, que con la teología católica de finales del siglo XVIII. Es imposible determinar la fecha exacta de la creación de los relatos del Popol Vuh y el grado de “pureza” frente a las “influencias” occidentales de su compilador. Pero en su lectura vuelve a la vida un mundo a-histórico, oscuro y rico, plagado de imágenes y figuras con los que intentar identificar las fuerzas de la realidad para establecer una relación con ellas.

Kukulkán, uno de los protagonistas, es en realidad Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, dedidad máxima en las creencias meso-americanas. La mitología maya profetiza su retorno mesiánico.

Pese a sus tremendas diferencias internas, el Popol Vuh y la Biblia coinciden en sus concepciones del inicio y el final. Según la tradición judía, la Creación tuvo lugar hace 5769 años. 5122 según el calendario maya, que se inicia, exactamente, el 13 de agosto del – 3114. Y en cuanto al final, la tradición judía predice un Mesías y un mundo futuro., como el Cristianismo y el Islam. La tradición maya también predice la llegada de un Mesías, en el Sexto Sol: Kukulkán, el legendario ser supremo de todas las creencias meso-americanas: Quetzalcóat. Tan fuertemente ligado a las tradiciones indígenas, que para facilitar la conversión de los indios, los predicadores dijeron que en realidad Quetzalcóatl era un apóstol cristiano; Santo Tomás. De donde la ciudad de Chichicastenango tomó su primer nombre, Santo Tomás Chuilá, y a quien está dedicada su iglesia principal.

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