lunes, 20 de octubre de 2008

Truman Capote: un cronista en el jardín.



P: Si le concedieran uno de sus deseos; ¿cuál elegiría?
R: Despertarme una mañana y sentir que al fin soy una persona madura, vacía de resentimientos, ideas vengativas y otras emociones infantiles e inútiles. En otras palabras, descubrirme a mi mismo como un adulto.
(“Music for Chameleons”, 1980)

Lo de Truman Capote (1924-1984) fue la precocidad. Con 17 años ya era periodista del New Yorker. Con 19, publicó “Other voices, other Rooms” (1948) y más o menos desde ese misma época, la crítica empezó a considerarlo como un genio, un verdadero sucesor de Alan Poe. Y desde entonces, hasta el final de su vida, no dejó de publicar. La suya fue una metódica e inagotable obsesión por escribir, y vertió esa escritura en los formatos más populares del siglo XX; desde el relato corto, hasta el guión cinematográfico, pasando por el musical, el periodismo y el género que mejor cultivó, la novela. “Breakfast at Tiffany’s” (1958) y, sobre todo, la novela de no ficción “In Cold Blood” (1966) lo colocan hasta el día de hoy como uno de esos inevitables que “hay que leer” para ser alguien educado (aunque habría que preguntarse educado en qué).

En 1988, Gerald Clarke publicó una fantástica biografía que, en parte, sirve de material de referencia para la adaptación cinematográfica de “Truman Capote” (2005). La película se basa, sobre todo, en los años en que Capote estaba escribiendo “In Cold Blood”, la historia del asesinato de los cuatro miembros de una familia a manos de dos convictos en libertad condicional que de pronto pensaron que en su casa habría una caja fuerte. Aunque no la encontraron, los mataron. Pero esa biografía resulta además fascinante, para ilustrar los márgenes, los orígenes y el final de su nada feliz biografía. ¿Qué vacío llenó Truman Capote con su escritura?
En el momento de su nacimiento, su nombre era Truman Streckfus Persons, hijo único de Archelaus Persons, un vendedor que no paró de entrar y salir de la cárcel por firmar cheques sin fondo, y de Lillie Mae Faulk, de sólo 17 años. Una mujer coqueta y vivaracha que marcó para siempre a Capote hasta el extremo de decir, en varias ocasiones, que la odiaba a más que nada en el mundo. Cuando sus padres se divorciaron, Truman sólo tenía 4 años. Lo dejaron sólo, viviendo con unos familiares en el Sur, y cada uno se lanzó a su propia aventura. Su padre, a la de los “negocios”, que en la mayoría de los casos terminó en ruina. Y Lillie Mae a Nueva York, donde combinaba el estudio de cursos y más cursos, con romances esporádicos, hasta que apareció un hombre que parecía cumplir todos los requisitos para darle seguridad económica y estabilidad; Joseph García Capote. Se casaron, y con nueve años, Truman se marchó a Nueva York a vivir con ellos y terminó adoptando los apellidos de su padrastro. Ya en el Sur, Truman había tenido problemas para relacionarse con los demás. Era un querubín amanerado, y el timbre de su voz, hasta el final de sus días, parecía haberse quedado congelado en la infancia, en el momento del divorcio y el abandono. Lillie Mae había conseguido todo lo que quería, un buen marido que le abrió de par en par las puertas del gran mundo, pero aquel hijo brillante y extraño, abiertamente homosexual, no parecía encajar en sus planes, así que lo envió nada menos que a una academia militar, la St.Joseph, donde Truman se transformó en el juguete sexual de los cadetes y donde su odio por su madre ya se hizo, de alguna manera, irreversible.
Caprichoso, obsesivo, divertido, cruel, encantador si llegaba el caso, arrastró toda su vida una depresión auto-destructiva que desembocó en toda clase de adicciones. En su última obra “oficial”, “Música para camaleones” escribe: “Soy alcohólico, drogadicto, homosexual. Soy un genio”. Pero hay un libro más, inacabado, que Capote prometió a su editor sería una versión moderna de “En busca del tiempo perdido”. Los tres capítulos encontrados se publicaron bajo el título “Plegarias atendidas”, en honor a Santa Teresa: “Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas que por las no atendidas”. El libro es brillante y sórdido, excepcionalmente bien construido (como todo lo que escribe capote) y honestamente sincero y cruel. Murió de sobredosis antes de terminarlo.
¿Qué plegaría atendida provocó sus lágrimas? De toda su obra me quedo, precisamente, con un párrafo de una entrevista que se hace a sí mismo en “Music for Chameleons”: “P: ¿De qué tiene miedo? R: De sapos verdaderos en jardines imaginarios. P: No, en la vida real… R: Hablo de la vida real.


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