Mi querido Pánfilo, ves su hermosura y edad, y no se te oculta qué inútiles le son ahora para guardar su honestidad y sus bienes”.
Terencio, (-204 -169)
A Terencio las cosas no le debieron resultar muy fáciles. Es el único autor teatral clásico del que se conserva toda su obra (6 comedias) y hasta una biografía completa escrita por Suetonio. Pero cada una de esas líneas, las que escribe y sobre las que él se escriben, son producto de una voluntad de ser. No se llamaba ni Publio, ni Terencio. Esos dos nombres se los dio su amo, el Senador romano que al ver sus cualidades le dio la libertad y una formación esmerada. La mayoría le conoció por “afro”, el africano, el negro, porque allí había nacido, en África. Según Suetonio era bereber, que no es decir mucho porque esa palabra no significa otra cosa que “bárbaro”. Demasiadas cosas en contra para ser mirado como un igual por la aristocracia romana (y de todos los tiempos). Pero Terencio tiene el curioso record de ser el autor que más dinero recaudó con una obra en Roma. Su última composición, “Los Hermanos” fue un super-éxito de taquilla; de tal magnitud que sus ecos nos llegan hasta hoy. ¿Cómo hizo el moro/negro/liberto para lograr algo así? Pues como todos, lo que pudo.
Es muy curioso como la obra taquillera por excelencia sea la última. Y que su único fracaso sonado fuera, precisamente, la anterior: “La Suegra”. ¿Qué cambió entre una obra y otra para que con una necesitaran cinco años completos hasta que el público, a la tercera, se quedó hasta el final y aquella última obra que le catapultó a la fama? Un asunto de humildad.
Lo cierto es que el argumento de “La Suegra” y el de “Los Hermanos” vienen de la misma fuente: Menandro. Un autor griego que los romanos se dedicaron a “adaptar”, no sólo Terencio, sino también Plauto y todos y cada uno de los autores romanos que querían salir adelante. Menandro tenía mucho éxito en Grecia, y en Roma se adaptaban esas obras por la seguridad. Si ya habían funcionado en Grecia, había más posibilidades de que gustaran en Roma. De Menandro, el “autor original” sólo nos ha quedado una obra completa, todas se han perdido. Lo que quedan son las obras de los que lo adaptaron en Roma.
Lo que cambia por completo de una obra de Terencio a otra es la actitud hacia el público. La práctica totalidad de las obras romanas tenían un prólogo. Un actor habla directamente al público sobre lo que van a ver. Intenta despertarle el interés, les presenta algo: les vende la obra. En “La Suegra”, la primera vez que Terencio la representó, no hubo prólogo. Arrancó la obra directamente. Y el público se arrancó de sus asientos en cuanto apareció por allí cerca un funambulista. La segunda vez, que la intentó representar, en el -165, hizo un prólogo de sobradito, con resquemor. Cuenta precisamente que la primera vez el pueblo “estúpido en sus aficiones” se levantó y se fue. Esta segunda vez, también se fueron, por la cercanía de un espectáculo de gladiadores. No tiró la toalla, sino que poco después, apareció de nuevo con la obra, con un nuevo prólogo. Y esta vez no hablaba él, sino que un actor viejo, conocido, apelaba al público a su experiencia, a haber trabajado con el número uno de la época, Cecilio Estacio, para decir que, de verdad, que las obras del chaval merecían la pena y que estaba muy bien. A la tercera, se quedaron. Luego vino “Los Hermanos”, una simple historia de un tema no tan simple, padres e hijos y el dilema de la formación. Una comedia sobre la educación. Que esa haya sido la obra más taquillera del mundo clásico, de la Roma del “Pan y Circo” da que pensar.
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