lunes, 20 de octubre de 2008

La mala leche de Heráclito.



“Entramos y no entramos en los mismos ríos; somos y no somos”.
Heráclito (544 – 484 a.e.c)

A Heráclito se le llama pre-socrático y es parte de esos filósofos “de antes” de los que sólo quedan fragmentos, como si fueran los trozos de cerámica que sobreviven de un mundo pre-histórico, tosco e inconexo. Para Heráclito el fundamento de todo está en el cambio incesante. Que todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa. “Lo contrario se pone de acuerdo; y de lo diverso la más hermosa armonía, pues todas las cosas se originan en la discordia”. Y la causa que hay detrás de todo es el “logos”, una palabra difícil de traducir y en la que se combinan los sentidos de palabra, razón y pensamiento de una forma inconcreta, casi por aproximación. A veces se ha traducido como otra de esas palabras de sentido difícil: Dios. “La sabiduría es una sola: conocer la razón (logos), por la cual todas las cosas son dirigidas por todas”

Heráclito aparece como lectura “obligada” de los poetas del 27. No es de extrañar. Pone el lenguaje al límite: cuando nombras una cosa la limitas, la describes y la defines, sin querer. Y nadie puede definir aquello que no conoce. Es fácil quedarse atrapado en las palabras. ¿Discutimos sobre las cosas y sobre las palabras con las que intentamos describir las cosas? Yo miro algo y digo “es un pico”. Tú ves lo mismo y dices: “es parecido a un pico, pero no es un pico”. Y llega él y dice: “es un martillo de geólogo”. Pero “eso” sigue ahí con independencia de cómo lo llamemos. ¿O no? ¿O si no supiéramos lo que es ni siquiera lo miraríamos? Cuentan que cuando Cortés llegó a México, los feroces guerreros tlaxcatecas que le estaban esperando para matarlos, como habían hecho con las expediciones españolas que habían intentado desembarcar allí durante 25 años, no vieron a los hombres montados a caballo, porque no habían visto nunca uno. Lo que vieron es un animal capaz de partirse en dos. Un parte como de hombre, pero la otra: no existía una palabra. ¿Era o no era un caballo? ¿Hay o no hay “algo más”? “Lo uno, el único sabio, quiere y no quiere llamarse con el nombre de Zeus”.
Las sentencias de Heráclito son como el modelo de la realidad que propone: vibrantes. Dice: “No se puede sumergir dos veces en el mismo río. Las cosas se dispersan y se reúnen de nuevo, se aproximan y se alejan”. Desde la época de Aristóteles se piensa que es un error, que es “primitivo” pensar que algo es y no es. Pero hoy es exactamente la imagen del universo que da la Física Cuántica. Una realidad compuesto por filamentos de partículas, cadenas, que vibran, y dependiendo de la manera en que vibren, conforman una u otra materia. Si de esta manera, los átomos que hacen falta para una manzana. Si de aquella, un mineral. El universo como una vibrante sinfonía de contradicciones, variaciones de lo mismo. “Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hartura y hambre; pero adopta diversas formas, al igual que el fuego, cuando se mezcla con especias, que toman el nombre de acuerdo a la fragancia de cada una de ellas”.
Y lo de la mala leche, salta a la vista. Cuando fueron a ofrecerle que redactara la constitución y leyes de su ciudad, Éfeso. Su respuesta fue tajante; ¿para qué? No merece la pena. Heráclito no le tenía mucho cariño a sus conciudadanos: “Todos los efesios adultos harían muy bien en colgarse, y dejar la ciudad a los muchachos imberbes”. Y lo expresa de una forma más clara aún: “La riqueza no os debería jamás faltar, oh efesios, puesto que vuestra inferioridad es manifiesta”. Lo dicho. Muy mala leche.

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