“Nada de razón queda donde la pasión ya se ha infundido”
Séneca (4 aec – 65 ec)
Tengo la sospecha de que Séneca tenía algunos serios problemas de carácter, por aquello de que la escritura siempre llena un vacío, el tránsito entre el deseo y su cumplimiento. En otras palabras, por el viejo: “dime de qué presumes y te diré de que careces”. Séneca escribe sobre cómo alcanzar la imperturbabilidad, y como personaje público vive en medio de una época perturbada, la de Calígula y la de Nerón. Quiere llevar una vida guiada por los principios de la razón y de la virtud, y termina metido en medio del irracional y desaforado gobierno de Nerón. Habla de la aceptación del destino que el “logos”, la razón universal, ha determinado para todos, del despego a los bienes materiales, y fue uno de los hombres más ricos de Roma. Pero fue un hombre coherente, y sus obras, aún hoy, son una especie de bálsamo, una guía para navegar por las difíciles aguas de las emociones, escritas por alguien que ya “estuvo allí”. De todos sus tratados morales, el más extenso de todos, en tres libros, es el llamado “Sobre la Ira”: “Más algunos aun encolerizados se frenan y dominan. ¿En qué momento? Cuando ya la ira se desvanece y por ella misma decae, no cuando está en su característica ebullición”. Cuando la ira sólo se disipa, “no se ha aquietado entonces por la benéfica acción de la razón, sino por el sospechoso y tarado armisticio entre las pasiones”.
De eso habla Séneca, por todas partes, de las pasiones, de esas turbulencias del alma que a veces podemos y a veces no podemos describir con palabras. En sus discursos, y en sus epístolas morales, en sus obras de teatro escritas para ser leídas, no representadas, y en sus epigramas, esos versos breves cargados de sentido que algunos siguen pensando que son demasiado floridos, hay un mismo impulso, una misma pasión por liberarse de la tiranía de las pasiones. Nació en la actual Córdoba, fue hijo de una familia rica y tuvo una formación esmerada. Estuvo en la primera línea de la vida pública, y precisamente por las implicaciones de esa vida pública, perdió la vida. Acusado de formar parte de una conjura para asesinar a Nerón, ese convulso verano del 65 en que ardió Roma y Pablo de Tarso muere. Un hombre apasionado que busca la guía del estudio y la razón, la serenidad. Y que fue coherente. Cuando Nerón empezó a acusarle de todas esas cosas que se suele acusar a alguien por no decir claramente lo que se quiere de él: su dinero, Séneca se lo regaló. Todo. Le pidió a Nerón que le dejara marcharse a lo suyo, a pensar, a escribir, a alcanzar la serenidad. Pero no hay peores desafíos que los actos morales. Así que Nerón se negó a aceptar la fortuna (en público), la aceptó poco después (en privado) y Séneca tuvo que cumplir su propia sentencia de muerte, suicidarse. Como para no tomárselo con estoicismo.
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