lunes, 20 de octubre de 2008

Cinco razones para leer a Aristófanes.



Sócrates: ¿Tienes ya algo?
Estrepsíades: : Por Zeus, no tengo nada.
Sócrates: ¿Nada en absoluto?
Estrepsíades: Nada, a no ser el cipote en mi mano derecha.
(“Las Nubes”, Aristófanes, -423)

1. Nos recuerda que siempre hemos sido igual.
Para los que se imaginen a los griegos con una lira y una corona de Laurel, recitando poemas y arrodillándose en la tierra cuando suena un trueno, ayuda a recordar que la mayoría de las cosas con las que nos han aburrido en el colegio y en la universidad no eran muy diferentes hace tres mil años que ahora. A Pericles, el nombre que no falta en cualquier discursito sobre la democracia, le acusaron de meter la mano en la lata en la adjudicación de obras públicas, al darle la licencia de una estatua de Palas Atenea a un amigo. Toda lo que pensamos sobre los “bárbaros” del Oriente procede de un discurso de Pericles que dio para justificar un pequeño robo. Varias ciudades griegas crearon una liga para pelear contra los Persas. Pericles cogió el dinero, se hizo la Acrópolis y luego, cuando le reclamaron las cuentas, se pasó a todos por la piedra con la misma flota que habían pagado. Y dio un discurso contra los Persas que ha pasado a la posteridad y que es, básicamente, donde los griegos se auto-venden como representantes de la Civilización y la Razón.


2. Pone a Sócrates y toda la panda en su lugar.
A diferencia de Aristóteles, Aristófanes conoció personalmente a Sócrates y le pareció un charlatán. Lo llamó “sofista”, que es como llamaban a todos en esa época. Por supuesto que Sócrates y los suyos eran “distintos”, o eso se llamaban, pero todos vivían de lo mismo, de aconsejar. Lo de los analistas y los consultores es tan viejo como la prostitución y los asesinos a sueldo. ¿De qué vivían todos estos? Además de descojonarse de Sócrates, se ríe bastante de Eurípides y sus obras le parecen una mierda. No ha habido que esperar 2.500 años para pensar que a quien se le ocurre escribir ese tostón. Ya entonces les parecía aburrido y pomposo.

3. Es irrepresentable.
Cuando a Alejandro Magno terminaron por hacerle cisco la cabeza entre su madre y Aristóteles y le dio por pensar que había sido elegido por la divinidad para unir el mundo bajo su mando, una de las cosas que hizo fue prohibir a Aristófanes y a ese tipo de teatro que hablaba de gente concreta, de carne y hueso. Alejandro Magno y el Helenismo son responsables, entre otras cosas, de lo políticamente correcto. Expresiones como “el mundo es de los que toman por el culo” no lo hacen muy de buen tono hoy como no lo hacían entonces.

4. Es divertido.
Lo es. Pelín brutal, pero divertido. Y el fondo hay humanidad, mucha. Se caga en todo como los que ríen por no llorar. La base de toda comedia: dolor y verdad. En “Las Nubes” se mete con los sofistas. En “Lisístrata” se imagina una situación en la que todas las mujeres, cansadas de las guerritas y las batallitas que sólo dejan viudas y chicas que se hacen viejas esperando, se unen para obligar a los hombres a hacer la paz. Hasta que no firmen una paz, no habrá cama para ninguno. Por supuesto que la paz se firma y en la última escena los antiguos enemigos, cantan y bailan. Y se van con sus mujeres.

5. Y sin embargo…
Por alguna extraña razón ha sobrevivido a todo, los fachas de Alejandro Magno, a las purgas de Horacio, a la Santa Madre Iglesia y al siglo XX. Por algo será.

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